Oratorio de México, La Profesa
Oratorio Semanal: La Oración un medio eficaz para superar un duelo
TARDES DE ORATORIO
P. Mario Acevedo Rodríguez, CO
15 julio 2020
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La oración:
medio eficaz para superar un duelo
Alabanza a nuestro Dios Trinidad Santa
Con entrega Señor a ti venimos, escuchar tu Palabra deseamos; que el Espíritu ponga nuestros labios la alabanza el Padre de los cielos.
Se convierta en nosotros la palabra en la luz que a los hombres ilumina, en la fuente que salta hasta la vida, en el pan que repara nuestras fuerzas.
En el himno de amor y de alabanza que se canta en el cielo eternamente, y en la carne de Cristo se hizo canto, de la tierra y del cielo juntamente.
Gloria ti Padre nuestro, y a tu Hijo, el Señor Jesucristo nuestro hermano, y al Espíritu Santo que, en nosotros glorifica tu nombre, por los siglos de los siglos. Amén
Felipe orante
Atardecer. Vas de camino. Pensativo y ligero. Te sigo. Observo que bajo el capuchón del capote llevas un libro de voto y un panecillo. Al poco tiempo, me sorprende el lugar. Vas al gran panteón subterráneo, a la Roma sin luz, a la Roma del húmedo silencio: las catacumbas. Nadie te espera allí, sólo hay polvo de siglos, tumbas olvidadas y… una historia de fe.
Todos sus corredores te son conocidos: es tu casa de oración, de encuentro. Sé con certeza, que pasas casi todas las noches en la presencia del Dios invisible. De nadie se sabe que durante diez años seguidos, hiciese su morada habitual en sus laberintos subterráneos; solamente un joven sensible y valioso, el futuro Santo del buen humor.
Aunque no dejaste del todo la casa de Caccia, tu bienhechor, las noches y parte del día, las pasabas en las catacumbas. Tus amigos y seguidores no acaban de entender cuál era tu residencia. Tenías 23 años.
Hoy, en nuestro mundo vacío y loco, en nuestra sociedad bulliciosa y cambiante, hambrienta de sensaciones, solicitada por tantos dioses, tu actitud es incomprensible: hospitales, moribundos, apestados, catacumbas y, sobretodo, despojo total, descenso el lugar más impropio para la salud y la vida. Hoy, tal vez, serías considerado como un joven depresivo con necesidad de un psiquiatra.
Es difícil comprender todo esto, pero ante la realidad de los hechos vividos, callan las palabras y grita el sentimiento, ¿Por qué Felipe, por qué?
En el fuego de tu espíritu y en la hoguera de tu corazón encuentro una palabra: Amor. Aquí está la solución del misterio: amabas necesariamente con el amor de Dios, sólo con el amor de Dios.
La experiencia en la montaña había preparado a tu naturaleza para la avalancha del Espíritu. Aun así, te sientes abrasado, tu corazón late con vehemencia incontenible, necesitas desabrochar tus vestidos y dejarte caer en el suelo. Tu gozo era tan grande e intraducible, que superior a la resistencia humana, te obligaba a repetir frases inauditas: ¡Basta Señor, basta!
El prodigio de Felipe en la intimidad con Dios es el Milagro de Dios, capacitando al hombre para hacerlo totalmente suyo, para recibir su espíritu y saborear el abrazo divino en la tierra.
Me quedé pensando en nuestro mundo inmerso en lo tangible y humano. Tal vez no nos convenza o no nos llene el amor sin la presencia de un tú, sin la visible cercanía en manifestación compenetrante y bella. Apenas creeríamos que los mismos efectos del amor humano y muy superiores a ellos en todos los aspectos, son los experimentados en el Amor invisible, cuando Dios capacita al hombre para recibirlos. No cabe duda, las vivencias de los santos nos dan la certeza de ese amor infinitamente gozoso incomprensible.
En aquellos años de catacumbas orabas y luchabas para levantar a la sociedad de tu tiempo hundida en el orgullo, en el paganismo. Orabas en total desprendimiento por la iglesia atenazada por la herejía y, en parte olvidada de su responsabilidad ante Dios y ante los hombres; orabas para adelantar y afirmar la Reforma de la iglesia.
Texto tomado de:
Fuego, amor y vida. La huella de san Felipe Neri en el cuarto centenario. Ma. Gema Vega Abia, RF.
Publicaciones Claretianas. Madrid, 1994.
ORATIO
Padre Felipe Neri, Profeta y Apóstol de la auténtica vida cristiana. Tu corazón de fuego encendido por el espíritu Santo te hizo testigo ambulante del Evangelio, y de la caridad alegre y generosa.
Anímanos con tu espíritu, para que desde el trato familiar y cotidiano con la Sagrada Escritura, la participación frecuente de los sacramentos, y el amor a la virgen Madre de Dios, nuestros Oratorios y Congregaciones, sean protagonistas actuales de la experiencia de Pentecostés y germen fecundo de la nueva evangelización.
Que nuestra respuesta cristiana sea pronta y generosa, alegre y comprometida con las necesidades de nuestro tiempo, y la cultura del tercer milenio. Amén.
COGITATIO – REFLEXIÓN
Punto de partida
Experimentar la pérdida de un ser querido es mucho más que tener el corazón herido. La muerte tiene el poder de aniquilar toda esperanza, y sin embargo, es parte de nuestra vida.
Quizá en otros momentos no sabíamos cómo, y no queríamos hablar del tema de la muerte. Es ahí donde encontramos el mayor problema pues la muerte nos sorprenderá en algún momento a todos.
Sin duda nos llegará tal vez silenciosa en una enfermedad sorpresiva en un accidente o así sin más cuando creemos que todo está bien sin motivos o con ellos no separará de nuestros seres queridos.
Quiero proponerles acercarnos a este tema con amor y esperanza porque considero que en este momentos es necesario y urgente, ya que la muerte, sobre todo en la situación que estamos viviendo en nuestro país, y en todo el mundo, nos hace hacer un alto y meditar y hacer una reflexión correcta y sana al respecto, para poder vivir esa experiencia (si llegara a tocarnos) de la mejor manera posible.
Sobrellevar la pérdida de un familiar o un amigo cercano, podría ser uno de los mayores retos que podemos enfrentar. Afrontar la pérdida de un ser querido no es nada sencillo. Cuando el dolor es profundo, sólo se escucha una voz en nuestro interior que tiene eco, y que se repite una y otra vez las mismas preguntas, ¿por qué Dios mío? ¿Dónde estabas? ¿Por qué lo permitiste? etc., y entonces dejamos de escuchar al entorno.
Pero, ¿Qué significa vivir un duelo?
El duelo es el proceso psicológico y espiritual, que se produce tras una pérdida, una ausencia, una muerte o un abandono. Es diferente para cada persona. Se pueden sufrir diferentes síntomas emocionales y físicos como: ansiedad, miedo, culpa, confusión, negación, depresión, tristeza, shock emocional, etc.
El dolor por la pérdida se puede experimentar no solo por la muerte, sino cada vez que en la vida tenemos una experiencia de interrupción definitiva de algo, de pérdida, de distancia que no podrá ser cubierta. A la experiencia emocional de enfrentarse a la pérdida, es lo que llamamos elaboración del duelo, que nos conduce a la necesidad de adaptación a una nueva situación.
El duelo se trata de una herida y, por tanto, requiere de un tiempo para su cicatrización.
En general se habla de que en el proceso de duelo se distinguen varias fases o etapas, escalones que hay que superar, aunque ello no significa que en todos los casos tengan que darse todos.
¿Cuáles son las etapas por las que podría pasar una persona en duelo?
Negación:
“No puede ser verdad”, “cómo ha podido ser”, “no es justo”… Son frases que todos reconocemos haber utilizado alguna vez.
La incredulidad es la primera reacción ante un golpe de la vida. La negación es un escalón inevitable que hay que atravesar y del que finalmente hay que salir para digerir la pérdida. Negar es una manera de decirle a la realidad que espere, que todavía no estamos preparados. El impacto de la noticia es tan fuerte que dejamos de escuchar, de entender, de pensar. Puede suceder que en un primer momento el bloqueo sea tan grande que no podamos ni sentir. La negación tiene el sentido de darnos una tregua. Hay quien niega la pérdida pero también hay quien aceptando precipitadamente la crudeza de la realidad lo que en realidad trata es de negar el dolor.
Enfado:
Lo primero que debemos de hacer con la rabia es reconocerla y aceptarla para poder sacarla fuera. La rabia tiene una razón de ser. Es pedir ayuda, nos impulsa a tomar otros caminos, cuando estamos en el fondo del agujero nos hace tomar impulso para salir a flote. Es un arma para la supervivencia. Toda la rabia que se queda dentro, que intentemos negar o esconder nos acabará machacando.
Negociación:
Es el momento en que fantaseamos con la idea de revertir la situación, se puede llegar a pactar con quien haga falta hasta incluso con Dios, prometiendo lo que sea necesario. Se buscan formas de hacer que lo inevitable no sea posible. Pero esta etapa es breve porque estar pensando todo el día en soluciones es realmente agotador.
Miedo o depresión:
La persona siente tristeza, incertidumbre ante el futuro, un gran vacío interior, y un profundo dolor. La persona se siente agotada y cualquier tarea se vuelve complicada. “La vida es una mierda”, “no seré feliz nunca más”, “no encontraré a nadie igual” o “ya no volverá a ser lo mismo “, es lo que suele repetirse cuando la persona se está enfrentando a su dolor. Pero a pesar de que pueda pensar que esto no acabará nunca y que va a durar para siempre, la realidad es que solo desde este punto podrá volver a reconstruirse.
Aceptación:
Es el último paso del duelo. Nunca es fácil aceptar que el que murió, murió, y no hay vuelta atrás. Tenemos la alternativa de no aceptar, pero una vez llegados aquí nos damos cuenta de que si no lo hacemos el precio a pagar es muy alto. Llegar a este punto requiere de un gran trabajo. Se trata de aceptar que las piedras que vamos encontrando en la vida también forman parte del camino.
Sentirse “acogido y acompañado” es una manera de devolver el duelo a su lugar, y trabajarlo como un aspecto más de la vida, de ese proceso en que reconocemos que también la pérdida forma parte de la vida, de la misma forma que perdemos juventud, relaciones, lugares, trabajos, y por supuesto seres queridos…
¿Qué hay de nuestra fe ante un duelo?
La muerte de un ser querido nos pone irremediablemente ante el misterio de la vida y ante Dios que nos la ha dado, y forzosamente nos impone silencio y vacío, sin embargo, en el vacío y en el silencio debe haber una reflexión inevitable pero que sea saludable.
Nuestras prácticas religiosas o de fe, no están reservadas solamente para los momentos de felicidad y júbilo, también están dispuestas ante la pérdida y dolor que alguien sufre, ya que nuestra acercamiento al Señor Jesucristo, nos ayuda a liberar aquellas situaciones, como ésta, que son muy estresantes y dolorosas. Estar en paz con nosotros mismos y poniéndonos en las manos de Dios, nos proporciona alivio del malestar físico y psicológico que podemos padecer ante la pérdida, y nos lleva a generar sensaciones y estados de mayor paz, bienestar, armonía y calma espiritual. Para abordar esto, la Palabra Divina nos vuelve a hablar, vinculémonos con ella.
La actitud del creyente respecto de su fe en la otra vida le proporcionará con el tiempo paz, sosiego y aceptación serena de la pérdida, viviendo los acontecimientos a la luz del amor de Dios. Muy atrás quedará en la experiencia la conciencia de la finitud humana, la crisis de fe, las dudas del amor y bondad divinas, cobijada en la esperanza de la trascendencia Eterna.
El que partió está en el corazón de Dios ya no sufre, y el único sufrimiento, es ver el dolor que ha causado su partida. Alivia el dolor saber que vamos a encontrarlo en el corazón de Nuestro Padre Celestial, donde todos vamos a estar un día que no va a conocer el ocaso.
La vida es la consumación y no la muerte, y esta se convertirá en la ofrenda más hermosa y agradable con la que nos presentaremos al Señor de la Vida.
Cómo continuar con la vida
Ayudar a alguien a llevar su duelo, no es ni minimizar, ni querer atenuar sus sufrimientos, sino que es ayudarle a que los exprese y poco a poco a que llegue a aceptarlos.
A los hermanos que están pasando por un duelo en este momento, podrían resultarles útiles algunas de estas estrategias desde nuestra fe y desde nuestra Iglesia católica, para manejar correcta y saludablemente su pérdida:
- Recurrir a los sacramentos: Unción de los enfermos, confesión y comunión.
Desde ahora debemos prepararnos personalmente, y para ayudarle a alguien en ese tránsito, a través de los sacramentos. De esta forma, al llegar la muerte, sabremos que el encuentro con Cristo será pleno, y no tendremos miedo a morir.
Debemos procurar que si un ser querido o vecino se encuentra en una situación extrema, ayudemos buscando o avisándole a un sacerdote cercano para que vaya a visitar al enfermo y pueda irse en gracia de Dios. Recordemos que debemos buscar vivir en comunión con el Señor, considerando que la propia muerte puede sobrevenirnos cuando menos lo esperamos.
- Comprender que la muerte es un estado liberador.
Cristo quiso liberarnos con amor y entrega. Al resucitar, Él venció a la muerte y nosotros debemos vivirla comprendiendo que un ciclo terreno termina e inicia el tiempo de gracia al lado de Dios y su corte celestial. Recordemos que la muerte y resurrección de nuestro Señor nos permite que compartamos con Él la vida eterna. Jesús nos dice: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11, 25-26)
- Comprender paulatinamente que la muerte no es un castigo, sino la entrada a la vida eterna.
Todos estamos convocados a ir con el Creador de la vida y entregar cuentas de cómo hemos vivido en esta tierra. No necesariamente la enfrentaremos cuando estemos enfermos o ancianos, será cuando se nos llame al encuentro con Dios Padre, quizás en el momento menos esperado.
Nuestra esperanza y alegría es Cristo quien nos ha redimido: “Porque la paga del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6,23)
- Conservemos con amor el recuerdo de nuestros seres queridos que han partido.
Si bien ya no están físicamente con nosotros, todas sus enseñanzas y los momentos compartidos viven en nuestros corazones, honremos siempre su memoria como un tesoro invaluable que nos acompañará en nuestra vida.
- Acompañar, aconsejar y ayudar a los familiares de quien ha fallecido.
Cuando se ha perdido a alguien, generalmente nos refugiamos en la soledad, el llanto y el silencio, la depresión, la inapetencia y el estrés.
Nuestra tarea cristiana es acompañar, aconsejar y ayudar a quienes están sufriendo la pérdida, estando al pendiente de ellos con alegría, procurando que se distraigan, de manera que vean en la muerte no un fin, sino un continuar en el amor de Dios, que tiene preparado un lugar para cada uno de nosotros.
- Evitemos caer en depresiones prolongadas, busquemos ayuda y soporte espiritual.
Aunque nos duele que un ser querido haya partido y sentimos un vacío en ese tiempo y espacio que compartía con nosotros, hay que evitar caer en depresiones prolongadas, primeramente porque sabemos que a quien se ha ido no le hubiese gustado vernos así, y segundo, porque contamos con la esperanza cristiana de que, quien ha creído y vivido en el Señor, tiene vida eterna en Él. Si nos es difícil levantarnos del duelo, busquemos ayuda en un sacerdote o director espiritual para sobrellevar el dolor, será muy útil.
- Respetar el luto y evitar hablar de dinero o herencias en los momentos más sensibles
Es posible que la persona fallecida haya dejado algunos bienes que corresponden a los hijos o las personas que comparten un rasgo de consanguinidad.
Todo tiene su tiempo apropiado, y es lamentable ver familias que, aun cuando no ha ocurrido la muerte o está muy reciente, tienen rencillas por temas materiales. La Sagrada Escritura nos enseña: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra”
(Col 3,1-2)
- Evitemos caer en prácticas supersticiosas o dañinas para mitigar nuestro dolor.
Algunas personas en su afán, no de compartir el dolor sino de lucrarse de éste, ofrecen rituales que no son compatibles con la verdadera vida cristiana. Por ejemplo: sembrar un árbol con los restos de nuestro familiar, arrojar las cenizas al mar para perpetuar su memoria, hacerse “limpias” o rituales para comunicarse con ellos, etc. El dolor no puede desviarnos de nuestra fe, nuestra confianza siempre debe estar puesta en Dios y en sus promesas, es su gracia la que nos ayudará a continuar.
- Orar por quienes han partido pero sobre todo por los que aún seguimos en esta vida.
Es esencial y la mayor obra de amor que podemos tener con nuestro ser querido y por su familia. En nuestra cultura religiosa se acostumbra, al día siguiente de la cristiana sepultura, reunirse en torno a la oración o “novenario”. Debemos hacerlo con mucha fe, pero sería mucho mejor ofrecer nuestra Eucaristía por su eterno descanso, además de rezar el Santo Rosario, la Coronilla de la Misericordia, etc. Es nuestro deber cristiano como hermanos orar los unos por los otros. La Palabra nos ilumina así:
LECTIO
Lectura de la carta del apóstol Santiago 5, 16. 20
La oración hecha con fe salvará al que no puede levantarse y el Señor hará que se levante; y si ha cometido pecados, se le perdonarán. Reconozcan sus pecados unos ante otros y recen unos por otros para que sean sanados. La súplica del justo tiene mucho poder con tal de que sea perseverante.
Hermanos, si alguno de ustedes se extravía lejos de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que aparta a un pecador de su mal camino salva un alma de la muerte y hace olvidar muchos pecados.
Palabra del Señor
El Magisterio también nos acompaña…
Nos dice el Catecismo de la Iglesia: “Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura”: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido auxilios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.” (N° 1032)
Por último
Si siente que sus emociones le abruman o que no puede superarlas, es necesario buscar a un profesional de salud y a un director espiritual en tu comunidad de Iglesia
Oremos a nuestro Padre Felipe Neri para pedir su intercesión por una buena muerte
Oh glorioso Felipe Neri, que fuiste tan favorecido de Dios para consolar y auxiliar a tus hijos espirituales, en la hora de la muerte, se mi padre y abogado cuando me encuentre en aquel terrible trance.
Haz con tu intercesión que en aquella ahora no me venza el demonio, no me opriman las tentaciones, y el temor no me desaliente, sino que por el contrario fortificado con un fe viva, una esperanza firme, y una verdadera caridad, sostenga con paciencia y perseverancia que el último combate, con lo que lleno de confianza en la misericordia del Señor, en los infinitos méritos de Jesucristo, y protección de la Santísima Virgen María, sea digno de morir con la muerte de los justos y llegar a la dichosa patria del cielo, para amar y gozar de Dios, eternamente unido contigo y todos los santos. Amén
Fragmento de la letanía a san Felipe Neri compuesta por el Card. John Henry Newman
Corazón encendido Ruega por nosotros
Discernidor de espíritus Ruega por nosotros
Director de almas Ruega por nosotros
Tú que tuviste gracias extraordinarias de oración Ruega por nosotros
Tú que condujiste tantos corazones a Dios Ruega por nosotros
Tú que hablabas dulcemente con María Ruega por nosotros
Tú que salvabas de la muerte Ruega por nosotros
Santo Padre Felipe Neri Ruega por nosotros
Ave María purísima, sin pecado concebida
Congregación del Oratorio de México, La Profesa