Oratorio de México, La Profesa

Oratorio Semanal: Enfermedades Espirituales 2a. parte

TARDES DE ORATORIO

P. Mario Acevedo Rodríguez, CO

5 agosto 2020

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Enfermedades espirituales II

Evaluando nuestra vida interior y nuestra vida en acción

“La soberbia es la madre de todos los vicios”
San Gregorio Magno

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Padre Bueno, Tú que sientes compasión por los más necesitados y les das alimento hasta saciarlos, te pedimos que nos envíes tu Espíritu sobre nosotros que nos ayude a entender tu Palabra y podamos alimentarnos de ella y nos haga más humildes y capaces de reconocer nuestras faltas y debilidades. Todo esto te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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Tomado del libro:
San Felipe Neri, Breve historia de una gran vida. P. Antonio Cistellini. Florencia, Italia.

Conversaciones Iluminadas

No es difícil imaginar cual era el motivo por el que acudían tantos hombres y tales otros, a la estancia de Felipe. Era, sí, el encanto de aquel hombre excepcional, pero sobre todo eran las realidades prodigiosas que traslucían en su frágil persona, que su voz y su corazón comunicaban. Sin embargo ayuda el recordar las frecuentes conversaciones, que en aquellos encuentros tuvieron, sobre variados argumentos: algunos culturales y casi siempre sobre cuestiones teológicas y espirituales. Felipe, como se sabe, no pertenecía a la categoría de personas doctas. Pero sobre todo en la edad madura, teniendo en cuenta que como lo refiere un testigo, «todo el día leía; cuando estaba sólo, vidas de santos y cuando estaba acompañado hacía, que le leyeran» para acrecentar las experiencias en torno a la espiritualidad.
Felipe podía decirse que era un tipo clásico de autodidacta, dotado de una buena inteligencia y llega a poseer una discreta cultura adaptable que a veces, ante ciertos temas de reciente información, se volvía también brillante. Dicho esto, sería curioso conocer cuáles son los argumentos en que se revelaba más la sabiduría del padre, y su fuerte espiritualidad tan admirada por los suyos. Pero es necesario, sin embargo, no olvidar que «la dirección espiritual del padre Felipe es del todo voluntarista, es decir su quehacer era hacer el bien», prescindiendo de cuestiones meramente teológicas que miraban al libre arbitrio y a la predestinación. Felipe no pertenecía a la categoría de teólogos, a los «sorbonistas»: su pensamiento y su acción, sobre todo son religiosos, ordenados siempre, a guiar incesantemente hacia la perfección, a la santidad y a la liberación del pecado en el que habían caído algunos de sus hijos espirituales.

Invoquemos la intercesión de nuestro Santo Padre Felipe Neri
para obtener los dones del Espíritu Santo

Oh San Felipe, amadísimo protector nuestro, te rogamos que siguiendo tu ejemplo despiertes en nosotros una verdadera devoción al Espíritu Santo. Te pedimos que nos obtengas sus siete dones para que nuestro corazón sea llevado fervorosamente hacia la fe y las virtudes.
Ayúdanos alcanzar el don de la sabiduría para que prefiramos el cielo a la tierra, y la verdad a la mentira. El don del entendimiento para que se impriman en nuestra mente los misterios de la Palabra. El don de fortaleza para que seamos valientes e inflexibles en la lucha contra el mal. El don de ciencia para que dirijamos toda nuestra actividad con intención pura, para la gloria de Dios. El don de piedad para que seamos devotos y atentos a la recta voz de la conciencia. El don del Santo temor de Dios, para que le seamos fieles, con reverencia y sobriedad, en medio de todas las bendiciones espirituales. Dulcísimo Padre, flor de pureza, testigo del amor, ruega al Señor por nosotros. Amén.

John Henry Newman meditaciones y devociones. 1953

Enfermedades del espíritu

La vanagloria, el orgullo, y la soberbia son pecados muy relacionados entre sí, que eliminan a Dios del centro de la vida y ponen a uno mismo en su lugar. Son las enfermedades espirituales más difíciles de erradicar en una persona, ya que la cierran, la ciegan y la distorsionan sobremanera. La soberbia en la madre de todos los vicios y pecados que enferman a la persona. Analicemos cada uno.

Vanagloria

La vanagloria es el deseo desordenado de prestigio, de fama, del aplauso o la admiración de los demás, donde la persona busca la gloria para sí mismo más que para Dios. Quiere que los demás lo elogien, lo cual es una satisfacción superficial o hueca, que además es vacía, caprichosa y muchas veces está lejos de ser verdadera. La vanagloria (kenodoxia, en griego) tiene mucha relación con otras actitudes equivocadas en la persona como son el orgullo, a la ostentación, la pedantería y quizá la actitud más hermanada a la vanagloria es la vanidad1. Aparece en ocasiones condenada en el Nuevo Testamento

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1 La idea que comunicaba San Felipe Neri a sus hijos espirituales sobre la vanidad, es lo siguiente: “Vanidad” sinónimo de engreimiento, presunción, autosuficiencia, pedantería, vanagloria, fanfarroneo, petulancia, y pavoneo.

La vanidad es no es propiamente la presentación de una buena imagen; más bien el vanidoso pretende brillar en el mundo, con un afán exacerbado por el éxito, y pretender ser más y mejor que los demás. El pecado de la vanagloria es una visión distorsionada de la realidad que dice “vales por los eres, tienes y has logrado. Es un tipo de arrogancia, engreimiento, una expresión exagerada que conduce a la persona a la peor de las enfermedades espirituales “La soberbia”.

La forma de vida de una persona vanidosa

La persona vanidosa se siente superior al prójimo, ya sea desde un punto de vista intelectual o físico. El vanidoso no duda en destacar su supuesta capacidad cada vez que puede, menospreciando al resto de la gente.
En este sentido, la vanidad encubre un sentimiento de inferioridad y el deseo de ser aceptado por el otro. Al hacer gala de sus virtudes, el vanidoso intenta demostrar que no es menos que nadie (que es lo que en realidad siente) y espera el aplauso y la admiración de quienes le rodean.

“Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”. 1 Jn 2,16
“Charlan, hablan con arrogancia; todos los que hacen iniquidad se vanaglorian”. Salmo 94, 4

Orgullo

El orgullo es una condición que atormenta y destroza a la persona, la consume y vacía su alma y cuerpo de toda energía. El orgulloso está distorsionado mental y emocionalmente. No puede perdonar ni hacer procesos que le permitan asimilar correctamente lo que le pasa. Siempre culpa a los demás de su desgracia. Exige perdón o disculpas de los demás pero no es capaz de ofrecerlas. El orgulloso está tan centrado en el YO, que es supersensible a sus propias heridas, pero muy insensible a las heridas de otros y no se da cuenta cuando hiere a otros (uno puede herir a otro y ser insensible). Se vuelve desafiante y vengativo. El orgullo trae engaño y necedad. El orgulloso se resiste a la Palabra de Dios y está pronto a decir que otros están “fuera de orden” o son “falsos”. El orgullo, por lo tanto, destruye el discernimiento.

“Quien teme al Señor aborrece lo malo; yo aborrezco el orgullo y la arrogancia, la mala conducta y el lenguaje perverso”. Prov 8, 13
“Con el orgullo viene el oprobio; con la humildad, la sabiduría”. Prov 11,2

Soberbia

Entendamos la soberbia como el amor desordenado de sí mismo, que induce a la persona a creerse más que los demás y ponerse siempre por encima del otro, además de una excesiva idolatría hacía sí mismo.

¿Cómo actúa una persona soberbia?

La persona soberbia es incapaz de asumir sus defectos, por lo tanto estos sujetos son en extremo reacios a las críticas constructivas. Muestran altanería y se creen suficientes, no necesitan de nada ni nadie. Siempre intentan llamar la atención y quieren hablar sobre sí mismos, si no se encuentran siendo el tema central del dialogo se aburren. La persona que habitualmente se deja llevar por la soberbia cree tener la razón en todo lo que dice o hace; actúa como si Dios no existiera; jamás agradece los favores que le hacen; se siente merecedor de todo, a toda costa; es caprichoso; es impaciente ante los demás; quiere ser el primero en todo y dominar a su prójimo; casi siempre está de mal humor; es muy conflictivo; no acepta los consejos de otro ni mucho menos las sugerencias u observaciones de los demás porque se cree perfecto e intachable. Es vanidoso, egoísta y autosuficiente; nunca tiene paz en el alma; se jacta de sus cualidades; presume sus bienes y le cuesta trabajo compartirlos; no reconoce a Dios como único bien, principio y último fin; se siente el centro de todo; le gusta que le rindan pleitesía; busca a toda costa el reconocimiento público; le gusta que lo alaben; se rebela ante los preceptos de Dios, de nuestra iglesia; jamás acata órdenes o indicaciones de sus superiores, las manipula o justifica.

¿Qué pasa en la vida de un soberbio?

  • Provoca disensiones en la familia, en el trabajo, en sus relaciones de pareja. No puede mantener amistad real ni leal con alguien. Siempre está en competencia y competencia desleal.
  • Se priva de la gracia de Dios. No le interesa su vida interior, ni respeta la de los demás. Siempre critica la acción del otro y le parece inferior en todo.
  • Se conduce siempre por el egoísmo. Causa gran tristeza a la vida de los demás. Los humilla y trata siempre de pisotearlos o evidenciarlos.
  • Tiene una gran soledad y tristeza en el alma. Es una persona totalmente infeliz. Nunca reconocerá a los demás en ningún sentido.
  • Vive siempre en una mentira fingiendo que es feliz.
  • Hace que su corazón se endurezca, es totalmente rígido y exigente, sin que la exigencia sea igual para sí mismo, y es inflexible en sus decisiones y ante las necesidades del otro.
  • Nunca pide perdón, ni lo cree necesario, jamás se arrodilla ante Dios y mucho menos ante el prójimo.

Algunos pecados derivados de la soberbia son: La presunción, la ambición, la vanidad, la hipocresía, la desobediencia, la jactancia, la pertinacia, la ostentación, la altanería, la autosuficiencia, la susceptibilidad, y el perfeccionismo.

Es indudable que el exceso de amor propio es tan dañino como la ausencia del mismo, no podemos vivir una vida enteramente dedicada a nuestros caprichos, así como tampoco es saludable siempre poner a los demás por encima de nuestras necesidades. El sano equilibrio es a lo que siempre deberíamos intentar acercarnos.

“Al fracaso lo precede la soberbia humana; a los honores los precede la humildad”. Prov 18, 12
“Más bien, «Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor». Porque no es aprobado el que se recomienda a sí mismo sino aquel a quien recomienda el Señor. 2 Corintios 10,17-18

ORACIÓN PARA ALCANZAR LA HUMILDAD

Señor Jesús, cuando eras peregrino en nuestra tierra, Tú nos dijiste: Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y su alma encontrará descanso. Mi alma encuentra en Ti su descanso al ver cómo te rebajas hasta lavar los pies a tus apóstoles. Entonces me acuerdo de aquellas palabras que pronunciaste para enseñarme a practicar la humildad: Les he dado ejemplo para que lo que he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan. El discípulo no es más que su maestro
Te ruego, divino Jesús, que me envíes una humillación cada vez que yo intente colocarme por encima de las demás. Yo sé bien Dios mío, que al alma orgullosa tú la humillas y que a la que se humilla le concedes una eternidad gloriosa; por eso, quiero ponerme en el último lugar y compartir tus humillaciones, para tener parte contigo en el reino de los cielos.
Pero Tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana hago el propósito de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso, quiero, Dios mío, fundar mí esperanza sólo en Ti. Para alcanzar esta gracia de tu infinita misericordia, te repetiré muchas veces: ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!

Santa Teresa de Lisieux

Ave María purísima, ruega al Señor por nosotros

Santo Padre Felipe Neri, ruega por nosotros